martes, 30 de octubre de 2012

Antifaz




“No sé cuándo te volviste tan ingenua.
Pretendiendo que tienes la capacidad de luchar contra ti.”

Había una coherencia delirante en las voces.
Estaban todas ansiosas por una dosis de veracidad
y correspondencia con lo natural.
Propulsoras del acontecer de las lágrimas
que aparecían en escena:
Protagónicas, desoladas, auténticas.
Y ahí resplandeció tu máscara.
En una burla derivada de tu maldita sensatez.
Esbozando en tu mirada distraída,
la perversión de tu advertencia muerta.

“Viniste a disociarte
entre la estrella ejecutante del espectáculo
y el que se sienta a mirarla.”

Era como un espasmo de aquellos
que te elevan el espíritu al punto justo, medio.
La conexión con lo externo
se convierte en absolutamente perceptible. Asusta.
Y el temor inició el despliegue del enfrentamiento
entre las partes nacidas en disputa.
Fue como si me tocara el vacío.
Pero osado; conociendo la pedante contradicción
 implícita en estarme, de hecho, tocando.
Ahí se deshizo el tormento en el grito:
absurdo, desnudo, fingido.

“Brinda por tu engaño.
No sientes nada de lo que hay aquí.”

Entonces te esfumaste cual aliento pasajero:
Liviano e insolente.
No supe nunca más cómo verte,
pues te desfiguraste entero ante mí.
De lo poco que me conoces, me regodeo;
aunque en la más grata de las falsedades.
Y lo hago hasta ese punto enfermizo,
en que me detengo sonriendo
frente a la siempre húmeda pausa nocturna
de mi realidad,
mientras te miro caminar ardiendo
hacia el sur de mi piel y mi memoria,
erizándome cada vez más
en el arte de tu nombre pronunciado
en mis susurros extasiados;
para hacerte presente,
sin distorsionarte entre mis miedos;
a través de mis dedos.
Eternidad. 

 De Laura Gardié