domingo, 15 de diciembre de 2013

De cuando divaga.




Una pregunta fue el detonante: ¿Qué opinas de todo?

La caminata entre los pasillos era tan oscura como la pregunta, y el aire llamaba a ser tomado. La cosa de cristal nos esperaba y los cigarros nos tentaban. Las colillas se pegaban en los botines y los pájaros nos odiaban. Respiro, fumo, humo.
Para opinar sobre todo hay que navegar en todo, y en una perspectiva en la cual eres sólo un espectador no es justo, pero es necesario. Todo tiene su metodología, y la fría filosofía de la vigía de hoy en día no era más que simple habladuría, sin melodía, de la tuya, de la mía. Necedad, ni carisma ni apatía.
Él me hablaba de cuando llueve en su casa, yo le hablaba de la gente en el techo que intentaba enamorarme pero no lo lograba. Respiro, fumo, humo.
Él me hablaba de su amor platónico, la chica de lo sublime en Schiller, yo le hablaba del mío, la del placer y el desinterés en Kant. Nos hablábamos de la demora, de los autistas, de los absortos, de los cambalaches, de los sordos, de los ciegos…
Nos hablábamos de los juegos, de los muertos en los fuegos, de los hielos en los fuegos. De los anhelos, de los truenos y los luegos. Nos hablábamos de los lodos, de los nadies, de los todos. Nos hablábamos del logos.
Y al final la respuesta fue: “Nada, no opino nada”. Pues al final lo que hacemos es hablarle a la nada, a ver si al menos ella nos para.


De Carlos Padilla

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