“Ella”
es un pronombre en tercera persona. “Ella” es como todas y como ninguna.
Es íntima y es ajena. Pero “ella” siempre es ella. Ella y nadie más. Y cuando
pasa por mi mente no es ambigua, deja huella.
Ya
no es “muchas”, sino una. Siempre ella.
Y si mis labios la pronuncian, no es el río, es la gota. No es la gota.
Es el átomo. Y el átomo siempre es ella.
“Ella”
es un recurso del lenguaje. Ella es
un recurso de mi alma; que se encoge y que la extraña. Que dice “ella” y piensa
en ella. Ella tiene nombre
y rostro fijo. “Ella” es su reflejo: una copia del deseo. “Ella” es el
anhelo, el homenaje. “Ella” es un suspiro. La última exhalación.
Y
yo, que la quiero a ella,
entre muchas otras “ellas”, para mí que el pronombre solo refiere a su nombre,
comprendo - entre la pena y la resignación - que hay un él y yo soy
"yo".
De Manuel Gerardi
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