sábado, 1 de febrero de 2014

Rayo que no cesa ( I y II )



      1

    Un carnívoro cuchillo de ala dulce y homicida
    sostiene un vuelo y un brillo
    alrededor de mi vida.

    Rayo de metal crispado
    fulgentemente caído,
    picotea mi costado
    y hace en él un triste nido.

    Mi sien, florido balcón
    de mis edades tempranas,
    negra está, y mi corazón,
    y mi corazón con canas.

    Tal es la mala virtud
    del rayo que me rodea,
    que voy a mi juventud
    como la luna a mi aldea.

    Recojo con las pestañas
    sal del alma y sal del ojo
    y flores de telarañas
    de mis tristezas recojo.

    ¿A dónde iré que no vaya
    mi perdición a buscar?
    Tu destino es de la playa
    y mi vocación del mar.

    Descansar de esta labor
    de huracán, amor o infierno
    no es posible, y el dolor
    me hará a mi pesar eterno.

    Pero al fin podré vencerte,
    ave y rayo secular,
    corazón, que de la muerte
    nadie ha de hacerme dudar.

    Sigue, pues, sigue cuchillo,
    volando, hiriendo. Algún día
    se pondrá el tiempo amarillo
    sobre mi fotografía.


      2

    ¿No cesará este rayo que me habita
    el corazón de exasperadas fieras
    y de fraguas coléricas y herreras
    donde el metal más fresco se marchita?

    ¿No cesará esta terca estalactita
    de cultivar sus duras cabelleras
    como espadas y rígidas hogueras
    hacia mi corazón que muge y grita?

    Este rayo ni cesa ni se agota:
    de mí mismo tomó su procedencia
    y ejercita en mí mismo sus furores.

    Esta obstinada piedra de mí brota
    y sobre mí dirige la insistencia
    de sus lluviosos rayos destructores.

    De Miguel Hernández

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